miércoles, 7 de mayo de 2025

John Claus Voss

  

    Johannes Claus Voss, John Claus Voss, Jack o el capitán Voss, nació alrededor del año 1858 (otras fuentes hablan de 1850) cerca de Elmshorn, Schleswig-Holstein, Alemania (otras fuentes sitúan la localidad de nacimiento en territorio de Dinamarca). Parece ser que inició su carrera marítima en 1877 a bordo de un buque alemán de 300 toneladas. A finales del siglo adquirió la nacionalidad canadiense.

    Era un hombre corpulento de porte distinguido. Por las fotografías que han llegado hasta nuestros días, lo vemos como un marino tradicional, robusto, de estatura mediana y con un poblado bigote.

    Voss pasó por todos los oficios y rangos a bordo de veleros mercantes de varias nacionalidades, antes de obtener su licencia de “Master”. Sabemos con seguridad que en 1892 fue primer oficial del Preußen (Prusia), un tres mástiles de la línea P (rebautizado “Posen” en 1902).

    Parece ser que alrededor de 1895 dejó de navegar, ejerciendo de buscador de oro en Colorado y British Columbia (Columbia Británica) hasta que se estableció en este estado de Canadá, en la ciudad de Victoria, donde fue copropietario del Queen’s Hotel. Más adelante adquirió el Hotel Victoria de la misma ciudad.

    En 1897 George Haffner estaba organizando una expedición en busca de los tesoros supuestamente enterrados en la Isla del Coco. Haffner se asoció con John Claus Voss y este adquirió el balandro áurico de 10 toneladas “Xora”. Voss y dos marineros, zarparon de Victoria rumbo a la isla. En ella se reunieron con Haffner, que había obtenido un permiso de excavación de las autoridades costarricenses, y se dedicaron a buscar y excavar sin ningún resultado material. Sin embargo, este viaje a Voss le sirvió para desarrollar su especial habilidad en el manejo de pequeñas embarcaciones.

    Se sabe con certeza que Voss vuelve a estar en British Columbia o BC en el último año del siglo. Voss llevaba un pequeño hotel y una carnicería en Chemainus BC. Se decía en ese tiempo que Voss estaba involucrado en la abominable práctica del “shanghai”: Por las noches, mientras atendía a los clientes —mayoritariamente gente de mar— en el bar del hotel, mezclaba narcóticos en las bebidas de los marineros más cándidos y confiados. Por la mañana los incautos, con una resaca monumental, despertaban a bordo de un buque camino de oriente, como renuentes miembros de la tripulación. Los capitanes, incapaces de conseguir suficientes tripulantes por medios legales, pagaban muy buen dinero por este indigno y ruin tráfico humano.

    En la primavera de 1901 Voss conoce a Norman Kenny Luxton, un intrépido periodista nacido en Winnipeg, en el bar de un hotel de Victoria, mientras ambos beben cerveza: “Mr. Luxton, un periodista canadiense, me preguntó si me creía capaz de realizar un viaje alrededor del mundo en un barco más pequeño que la yola “Spray” del capitán norteamericano Joshua Slocum”. Así se fraguó el viaje según uno de los protagonistas.

    Luxton le pagaría 2.500 dólares y la mitad de los derechos del libro que iba a escribir sobre el viaje, si él conseguía navegar por los tres grandes océanos a bordo de una embarcación suya y menor que la de Slocum. Por aquel entonces el libro de Joshua Slocum, sobre el viaje de 46.000 millas efectuado entre 1895 y 1898, “Sailing Around the World” era un bestseller y Luxton esperaba conseguir el mismo éxito. 

    En una pequeña ensenada de la costa norte de la isla de Vancouver, un anciano indio nooktan le vendió, por 80 dólares y una botella de aguardiente, una canoa oceánica de 32 pies de eslora (38 incluyendo el mascarón de proa). La canoa fue bautizada con el nombre de “Tilikum” —amigo en chinook—.

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    Voss y un carpintero naval llamado Harry Vollmers rehicieron la vieja y original piragua de cedro rojo, preparándola para una circunnavegación.

    Elevaron los costados 7 pulgadas (18 cm) añadieron cuadernas y baos de roble, cubierta, bañera y una caseta de 5 x 8 pies (1,5 x 2,4 m). Arbolaron tres pequeños mástiles y lastraron el barco con media tonelada de panes de plomo fijos y 180 kilos de sacos de arena. La esposa de Vollmers cortó y cosió las 4 velas de algodón de 12 onzas, con unos 22 m² (230 square feet) de superficie total.

En Oak Bay, mayo de 1901
Foto de https://www.canadashistory.ca

    La extraña embarcación zarpó de Oak Bay harbor, Victoria, British Columbia, Canadá, el 20 de mayo de 1901.

    Parece ser que Voss, antes de zarpar, había registrado la embarcación como “Pelican” para despistar al Coast Guard de EE.UU. que esperaba arrestarlo acusado de contrabando de trabajadores chinos y drogas.  

    Con Luxton durmiendo los efectos de la fiesta de despedida y Voss peleando contra la corriente, únicamente pudieron alcanzar Sooke Harbour, en donde repararon algunas filtraciones y comieron antes de volver a zarpar. Un mar considerable les impidió montar Cabo Flattery y tuvieron que volver al mismo refugio.

    Tras muchos fracasos, infinidad de cortas, pero duras travesías, avances y retrocesos, el 6 de julio consiguieron alcanzar aguas libres del Pacífico.

    Habían avanzado sólo 25 millas hacia el SW, cuando se vieron rodeados por una gran manada de ballenas grises que les hizo temer por sus vidas. Afortunadamente aquellas continuaron su migración sin hacerles ningún caso.

    Navegaron hacia el sur paralelos a la costa norteamericana alternado el buen tiempo y los temporales. Voss enseñó a Luxton el arte de navegar y las avanzadas técnicas, para su tiempo, de capear temporales.

    Avanzaron, primero a favor de los alisios del NE, después a través de las calmas ecuatoriales hasta cruzar el ecuador y más tarde por el Pacífico Sur. Luxton esperaba poder visitar la isla de Pitcairn en el transcurso del viaje, pero desafortunadamente los vientos no colaboraron a ello. Tuvieron que navegar 4.000 millas antes de volver a ver tierra.

    Con la experiencia de Voss, el Tilikum sobrevivió a muchas tormentas y temporales.

    Hicieron la primera recalada en la isla de Penrhyn (Islas Cook) el 2 de setiembre de 1901. Los dos hombres tuvieron una violenta discusión: Luxton quería desembarcar en la isla y Voss quería continuar hacia Samoa porque temía que los nativos fuesen hostiles. 

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    Al final desembarcaron pues vieron fondeada a la Goleta tahitiana “Tamari”. Su estancia en Penrhyn fue rica en acontecimientos: La madre de una de las princesas locales “engañó” a Luxton para que se casara con ella. Este pudo escapar engañando, a su vez, a la princesa con la promesa de un pronto retorno.

    La Tilikum permaneció en las islas Cook hasta el 25 de setiembre, día en que zarparon en demanda de Samoa vía Danger Island. En la travesía surgieron graves problemas entre ellos. Luxton clama que Voss trató de tirarlo por la borda y que, armado con una pistola, tuvo que mantenerlo encerrado en la cabina hasta las cercanías de Apia. Parece ser que John Claus, bajo los efectos de la bebida, se convertía en un sujeto muy violento.

    Una vez en tierra, hicieron las paces y disfrutaron de la hospitalidad de los isleños durante una corta estancia. Visitaron la tumba de Robert Louis Stevenson y Luxton tuvo una aventura con una mujer llamada Sadie Thomson —con piernas de elefante y pechos de ballena— que quería que dirigiera su almacén…

    Antes de zarpar, Luxton tuvo la sangre fría de hacer firmar a Voss un documento, con el testimonio de un tendero llamado Swan, en el cual Voss manifestaba su conformidad a someterse a una encuesta judicial, en caso de que por cualquier motivo, Luxton no sobreviviera a la siguiente etapa.

    Al tercer día de travesía avistaron Niuafoo y una muchacha les alcanzó nadando para pedirles tabaco de mascar…

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    Dos días más tarde llegaron a una de las islas Tonga. Luxton desembarcó armado de una pistola y una cámara mientras Voss permanecía a bordo. El explorador encontró un hombre blanco a caballo que le advirtió de la necesidad de obtener un permiso del gobierno de Tonga para poder desembarcar en la isla y de que tuvieran cuidado con los nativos ya que estos no desdeñaban una buena comida de “cerdo largo” —apelativo aplicado a los blancos— si alguno caía en sus manos. Al día siguiente zarparon hacía Suva. Mientras navegaban por esas aguas se sintieron amenazados, en varias ocasiones, por catamaranes nativos. Voss disuadió a los posibles agresores, disparando un pequeño y antiguo cañón que llevaban a bordo.

    Luxton afirma que en esta travesía sufrió múltiples abrasiones y cortes en todo el cuerpo como consecuencia de una varada en el arrecife Duff, en donde permanecieron algunos días para poder reparar los daños en el casco.

    El 17 de octubre alcanzaron Suva donde la lancha del capitán del puerto los remolcó hasta el interior.

    En Suva, Luxton, quien manifestó que el naufragio de Duff Reef había acabado con sus últimas reservas de energía, propuso a Voss que embarcara a otro tripulante en su lugar mientras él viajaba a Australia con un vapor.

Imagen de https://www.theprow.org.nz

    Norman dejo la Tilikum y tomo pasaje para Sídney, dejando al capitán que reclutara a Walter Begent (nacido en Tasmania en 1871) a quien habían conocido en un bar de Suva.

    El periodista dijo posteriormente que había aconsejado a Begent que, antes de zarpar, se cuidara de Voss y tirara todo el alcohol a bordo del Tilikum.

    Cuando llegó a Australia, el capitán notificó a las autoridades que durante un temporal, Begent fue arrebatado por una ola junto al único compás que había a bordo. En su correspondencia privada, Luxton dijo más tarde que estaba seguro de que Voss, en uno de sus arrebatos alcohólicos, lanzó al mar a su compañero. También afirmó que cuando acusó de ello a Voss, este no lo negó.

    Mientras estaba convaleciente en Sídney, Norman preparó a los periódicos para recibir al Tilikum y a Voss (y sin duda compartir la publicidad con él). Cuando finalmente este desembarcó, con varios días de atraso y con Begent perdido, los diarios tuvieron una historia todavía mejor.

   A su llegada a Sídney, el capitán fue hospitalizado a su vez durante varias semanas debido a “la enfermedad contraída a través de las mujeres de las islas”.

    Los dos trotamundos, una vez restablecidos, fueron agasajados en varias ocasiones, pero Luxton decidió dejar la aventura en Melbourne.

    Norman Luxton nunca más volvió a ver al capitán Voss. Volvió a Canadá, se casó y regentó una tienda de taxidermismo y turismo en Banff, donde también fundó el periódico Crag and Canyon. Murió en 1962.

    Por su parte, Voss navegó primero hasta Hobart (Tasmania) y después hasta Dunedin (Nueva Zelanda). En este último lugar dio varias conferencias y cambió su nombre por el de McVoss.

Trabajadores posando frente a laTilikum en New Plymouth, Nueva Zelanda
Foto de  https://www.vicnews.com

    El 17 de agosto de 1902 zarpó hacía Sudáfrica, vía Estrecho de Torres, con un nuevo tripulante llamado McMillan que desembarcó en Durban.

    Embarcó un nuevo tripulante y continuaron viaje, vía Santa Helena, hasta Pernambuco (Brasil) donde permanecieron dos semanas.

    Dejaron Brasil el 4 de junio y navegaron hasta Londres vía las islas Azores. A las 4 de la tarde del día 2 de setiembre de 1904 se informó que había alcanzado Margate. Preguntado por su procedencia y tiempo de travesía, contestó: “Victoria, British Columbia, 3 años, 3 mese y 12 días”. En los casi 40 meses de aventura, parece ser que tuvo bajo su mando a 11 tripulantes diferentes, habiendo navegado solo en alguna de las etapas.

Imagen de https://1.bp.blogspot.com

    El capitán John Claus Voss publicó en 1913 The Venturesome Voyages of captain Voss”. Por su parte, Luxton intentó publicar su versión del viaje, sin conseguirlo en vida. Su hija Eleanor Georgina Luxton publicó las notas y fotografías de su padre acompañadas de sus propias observaciones y una biografía en el libro “Tilikum: Luxton’s Pacific Crossing (Gray’s Publishing Ltd., Sídney, B.C., 1971).

    Después de haber navegado cerca de 25.000 millas, el Tilikum cambió de manos varias veces hasta quedar arrinconado en un astillero del Támesis. La piragua fue recuperada en 1920 por el Vancouver Island Publicity Bureau y fue parcialmente restaurada por los esfuerzos combinados del Thermopylae Club y la B.C. Historical Society. Después se expuso durante varias décadas en el Thunderbird Park de Victoria. Desde 1965 permanece expuesta en el Maritime Museum of British Columbia.

Imagen de https://dcxne7jg10j3s.cloudfront.net

    William Nettleship, otro aventurero, y John Claus Voss trabaron amistad en Sudáfrica; volvieron a encontrarse en la Naval and Marine Exhibition de Earl’s Court, Londres. Voss harto de estar en tierra y de narrar la aventura del Tilikum en conferencias de “6 peniques la entrada”, soñaba con volver a la isla del Coco para encontrar el tesoro que no pudo hallar 7 años antes. Los dos amigos se asociaron y adquirieron una goleta de 50 toneladas con un tercer socio, Cliff Manning. Esta sociedad consiguió un permiso para excavar en la isla e hizo publicidad para captar socios inversores. Conseguir patrocinadores resultó difícil; aquellos que realmente querían ir no tenían suficiente dinero y aquellos que lo tenían, se lo pensaban mejor al conocer los detalles del proyecto.

Isla del Coco. Imagen de https://laderasur.com

    Nettleship propuso una solución "high-tech" para localizar el Tesoro. Arguyó que trazos de metales preciosos y restos de los cofres podían localizarse utilizando una bomba para proyectar un potente chorro de agua contra la arena en el lugar, según Voss, donde había más probabilidades de encontrarse el tesoro, un banco de arena. John, escéptico con esta idea, decidió tomarse un descanso en Escocia, dejando a los otros dos socios en Londres siguiendo con los preparativos.

    Nunca volvió. Desapareció de Gran Bretaña y nunca se le volvió a ver allí. Aparentemente harto del asunto, se fue del país sin informar a sus socios ni a nadie. De hecho, durante años, se creyó que Voss había muerto.

    Nuestro protagonista retornó a Victoria donde, durante una breve temporada, volvió a ser copropietario de un hotel antes de volver a la mar.

Imagen de https://mysteriesofcanada.com

    Voss estuvo casado y tuvo dos hijos y una hija. En algún momento de este periodo de su vida, se divorció de su mujer quien entonces se convirtió en la ama de llaves del Dominion Hotel de la calle Yates en Victoria BC. Por su parte, John Voss se trasladó a Portland (Oregón) con su hija.

    En 1905 se vio a Voss en Guayaquil (Ecuador) acompañado por un tal Mr. Clifton, preparando una expedición que, al parecer, fracasó.

    En 1906 John Claus Voss volvió a Canadá y adquirió el hotel St. Francis (Oriental Hotel) en la parte baja de la calle Yates de Victoria BC. En ese año se le nombró capitán del bote salvavidas “Quadra” estacionado en Victoria. En octubre del mismo año, por desacuerdo con el monto de sus emolumentos, dejó su cargo.

    Al año siguiente vendió el hotel y se embarcó en la goleta “Jessy” para llevarla de Victoria al río Columbia. Poco después se convirtió en capitán y accionista de la goleta de 50 pies “Ella G”, dedicada a la caza de focas. Trabajó durante algunos años en los mares de Okhotsk y Bering sin contacto alguno con sus amigos y socios canadienses. Fue capitán, entre otros barcos, de la goleta dedicada a la caza de focas “Chichishima Maru” con base en Yokohama. Este barco operó en las costas de Siberia hasta que el Pelagic Sealing Treaty de 1911 puso fin a este comercio.

    Se creó un fondo de compensación para los propietarios de los barcos cazadores de focas y Voss empleó este dinero para, en 1912, comprar, junto a dos miembros del Yokohama Yacht Club, la “Sea Queen”. Sus socios se llamaban F. Stone y S.A. Vincent y eran mucho más jóvenes que Voss que contaba ya con 52 o 60 años, según las fuentes.

        La “Reina del Mar”, una yola construida con los mismos planos que el famosos “Sea Bird”, tenía una superficie vélica de 37 m², 7,8 metros de eslora, 2,51 metros de manga y 1 metro de calado.

Imagen de https://www.shippingwondersoftheworld.com

        El viaje terminó pronto ya que fueron duramente castigados por un tifón, teniendo que volver a Yokohama, a donde llegaron, con un aparejo de fortuna, justo un mes después de la salida.

    En 1914 fue elegido Fellow of the Royal Geographical Society .

    Parece ser que Voss dejó definitivamente la mar cuando se instaló en California en 1918.

    Desde 1920 hasta su muerte, se dedicó a conducir un taxi en la ciudad de Tracey (California). Murió de neumonia el 27 de febrero de 1922.

    John Claus Voss, según su joven compañero de aventuras Norman Luxton, era un hombre aventurero, egoísta, fanfarrón y provocador que, bajo los efectos del alcohol, se transformaba en un sujeto muy violento y peligroso. También en palabras de Luxton, era un extraordinario marino que conocía bien el mar y que, en cualquier circunstancia, actuaba con decisión y eficacia.

    El capitán Voss tenía y todavía tiene, una buena reputación entre la gente de mar. Reconocido como gran especialista en el gobierno de pequeñas embarcaciones y admirado por su gran destreza en afrontar temporales con ellas.

    Nuestro personaje estaba muy orgulloso de su diseño de ancla flotante y, en general, del uso con mal tiempo de estos artefactos. En su libro (editado en España bajo el nombre de “Los viajes del capitán Voss” y en Argentina bajo el nombre de “Aventuras en el Paraíso”) dedica varias páginas a este controvertido tema.

    Román Sánchez Morata. 24-07-2012

Harry Pidgeon y su "Islander"

    Fuentes:

    Captain John Claus Voss FRGS by John M. MacFarlane 2002.

    The Circumnavigators, by Don Holm

    http://www.stexboat.com/books/circumnav/ci_02.htm

    http://nauticapedia.ca/Articles/Tilikum_Voss.php

    http://www.abcbookworld.com

    http://en.wikipedia.org

    http://www.begent.org

domingo, 27 de abril de 2025

viernes, 25 de abril de 2025

lunes, 7 de abril de 2025

Apuntes de una travesía en solitario o “Cómo navegar con poco dinero ” o De Buenos Aires a La Estaca (El Hierro) —contra los vientos alisios—


 

 

© Román Sánchez Morata 1998-2001-2013-2025

 

 


 

 

I

 

ANTES

 

A modo de introducción

 

 

 

Cuando empecé esta aventura no pensaba llevar otro diario que el útil “Cuaderno de Bitácora” con las escuetas anotaciones de rigor. En el transcurso de la travesía se fue llenando de más y más anotaciones hasta que al final se convirtió en un diario de confidencias que me ayudaba a sobrellevar la soledad.

En los dos meses inmediatos al final de la travesía mecanografié, casi con total fidelidad, las páginas más interesantes del mencionado cuaderno añadiéndole algunos comentarios. Todo ello con ánimo de que constituyera el embrión de un relato. En los siguientes ocho años sólo trabajé en él de manera muy ocasional, hasta que finalmente los vaivenes de la vida hicieron que el año 1998 empezara con el ánimo dispuesto para la tarea y con el tiempo necesario para realizarla.

 

Antes de empezar a navegar de verdad, lo hice durante años en la imaginación gracias a libros de navegantes y viajeros. Soy y he sido lector impenitente de esta clase de obras. Todo lo que sé sobre la navegación a vela lo he aprendido de los libros y en la práctica, como autodidacta; así que he tratado de incluir todo aquello que eché en falta de tales obras e intentar no dar casi nada por supuesto para que esta obra pueda emplearse como una “Introducción a la navegación económica en solitario”. Probablemente no lo haya conseguido, pero espero que estos apuntes sirvan de alguna ayuda para aquellos que se hayan decidido a intentarlo.

 

Para los jóvenes de espíritu, espero que este relato les sirva de estímulo para soñar y navegar por los mares y de demostración de que para hacerlo, ni son necesarios costosos barcos ni sofisticados equipos, únicamente un ánimo esforzado, vocación de viajero y una cierta dosis de audacia.

Debo advertir por otro lado que para aficionarse a la navegación de altura, no es aconsejable hacerlo “contra los vientos Alisios”, sino más bien “con” o “a favor” de los mismos. Es muy probable que este mismo viaje, pero en sentido inverso, hubiese sido mucho más confortable y placentero sin tantas cuitas ni penalidades; aunque en ese caso probablemente hubiera habido poco que anotar en el Cuaderno de Bitácora y en consecuencia éste no hubiera sido génesis de lo que intento relatar.

La calidad literaria de este relato es lógicamente pobre pues el oficio de escritor no se improvisa, pero confío en que lo relatado vuelva indulgente al lector acerca de la manera en cómo se ha hecho.

Algunas de las reflexiones que se incluyen son posteriores al viaje, habiéndose gestado en el transcurso de su redacción. El texto alberga expresiones o palabras coloquiales que he respetado por entender que lo hacen más coherente; asimismo incluye algunas palabras en inglés de amplio uso en la náutica de todas las naciones. En general he respetado los topónimos en su lengua original.

 

En esta tercera versión del relato, he tratado de mejorar la redacción, conservando al mismo tiempo el estilo directo y fresco de la primera y segunda. También he subsanado algunos errores y he incluido algunas cosas —pocas— nuevas. 

 

 

 

“FINISTERRE”

 

Buenos Aires y Río Luján

 

 

 

En el mes de enero de 1989 me encontraba en un momento de toma de decisiones, llevaba ya más de dos meses en Barcelona y saltaba a la vista que no pintaba nada en la ciudad.

Después de más de dos años viviendo, viajando y navegando en barcos de vela, tenía bastante claro que eso era justamente lo que me gustaba y que volver a integrarme al ritmo de vida de la ciudad me resultaría en extremo penoso; así que antes de seguir acabando mi dinero de la manera más tonta, compré un billete de ida a Buenos Aires y me fui a hacer las Américas a mi manera.

En Argentina, debido a la situación económica, la inflación y el tipo de cambio, presuntamente sería fácil conseguir un barco barato. En ese caso, trataría de traerlo a Europa para venderlo con algún beneficio y así poder continuar con mis vagabundeos por el mundo; si por el contrario eso no fuere posible, quizás podría comprar alguna barca y remontar los ríos Paraná y Paraguay. Finalmente, en el peor de los casos podría hacer turismo por el continente. Cualquier cosa antes que seguir encallado en Barcelona.

 

De este modo, el día uno de febrero de 1989 partí hacia Argentina cargado al límite de los dichosos 20 kilos, que no es nada si uno carga con libros, tablas, sextante, radio y alguna que otra cosa imprescindible para la vida de trotamundos marino. El viaje en avión resultó bastante pesado por las muchas horas y el poco espacio disponible entre asientos —por algo era un billete barato—, con escalas técnicas en Madrid, Dakar y Asunción.  En el aeropuerto de esta última ciudad reinaba una cierta agitación, lo que no era de extrañar habida cuenta que el día anterior acababan de derrocar al incombustible dictador Stroesner. De camino a Buenos Aires, el avión sobrevoló el río Paraná, su delta y el Río de La Plata y a su vera, la inmensa ciudad que se extiende en la llanura y parece no tener fin.

En el aeropuerto de B. Aires cambio dinero y a priori el cambio aplicado me parece favorable. Como estoy muy cansado me someto voluntariamente al expolio de los taxistas y me hago conducir a la casa de la madre de un amigo argentino asentado en Barcelona. Resulta ser una amable señora que me interroga exhaustivamente sobre su hijo y sus nietos. Después de conseguir un hotel por teléfono y de recibir los agasajos de la simpática señora, dejo el grueso de mi equipaje y me voy paseando hacia el hotel, cerca de la Facultad de  Medicina.

 

Estoy unos días de turista en esta ciudad que me recuerda a Madrid; aquí estamos en verano y hace calor, sin embargo hay menos gente y pocos coches por lo que resulta más habitable. Todo me parece muy barato y me doy la gran vida.

Enseguida compro revistas de náutica y veo que sí, que puede ser posible hacerse con un barco por poco dinero. La mayoría de las embarcaciones se encuentran en una multitud de pequeños puertos a lo largo del río Luján, desde su desembocadura en el Río de La Plata hasta Tigre, a 40 kilómetros de Buenos Aires. Hay un tren de cercanías con estaciones de aspecto inglés a lo largo del río. Me la paso en el tren arriba y abajo viendo algunos barcos.

              

Un día, preguntando en una librería por el libro de la circunnavegación del navegante argentino Vito Dumas, conozco un joven dependiente al que también le gusta la navegación a vela. Le cuento mis proyectos y se contagia de mi entusiasmo; me dice que tengo que conocer a un buen amigo suyo, también navegante, que podría ayudarme y que, a buen seguro, estará encantado de conocerme. Dicho y hecho, voy a encontrarlo a su lugar de trabajo que resulta ser un fotomatón. Se toma un descanso, aprovechando que no hay clientes, y nos vamos a tomar un café y a charlar. Simpatizamos enseguida y nos entusiasmamos hablando de nuestra común pasión. Claudio, que así se llama este nuevo amigo amante del mar, me acompañará en la primera etapa del viaje, resultando un excelente tripulante y un magnífico compañero.

 

Pocos días después, en una pequeña marina cerca de la estación de ferrocarril de La Lucílla, se produce el flechazo: veo por primera vez al FINISTERRE, totalmente cubierto por toldos para preservar la madera del sol y, antes de descubrirlo y poder contemplar la cubierta y la superestructura, quedo totalmente prendado. El casco es hermoso y sus líneas sugieren rapidez, el mástil luce airoso y es bastante alto. Al retirar los toldos “Finisterre” aparece en toda su belleza. El espejo de popa, la brazola, los bancos de la bañera y la caseta están barnizados; el casco, la cubierta y el techo de la caseta están pintados de blanco. Un diseño clásico, pero atrevido; solido, pero al mismo tiempo fino; en fin, un barco maravilloso del que quedo enamorado. Un amor a primera vista.

Su interior está muy bien cuidado, es cálido y acogedor gracias a la madera. No es muy amplio, pero sí suficiente. Puedo estar de pie únicamente en la entrada, donde está la cocina que parece cómoda y racional.

La jarcia firme está en aparente buen estado. Su casco es de  construcción ligera con cuadernas de viraró y forro de cedro.

En la sentina hay dos dedos de agua; el marinero que cuida el barco me informa que achicó por última vez cinco días antes.

Tras una somera primera inspección, todo resulta estar aparentemente en buenas condiciones excepto los cadenotes —landas en Argentina— de los obenques; las tablas del forro exterior a su altura y cercanas a la cubierta están separadas, de manera que incluso puede verse la luz exterior desde el interior del barco a través de las costuras. Habrá que desmontar el forro interior para averiguar las causas de esta anomalía.

El barco, además de que me gusta horrores, cumple perfectamente los mínimos necesarios para navegar en serio.

Finisterre y yo somos casi de la misma edad, de modo que es seguro nuestro mutuo entendimiento. Me conviene y me decido, quiero que sea mío. No tengo el dinero que piden por él, así que hago una oferta sensiblemente más baja, a reserva de hacerle una inspección exhaustiva, una prueba en la mar y una inspección de su carena.

Es tan bonito y... ¡Me gusta tanto! Me paso todo un día soñando despierto hasta que la vendedora me llama al hotel y me cita al día siguiente para salir a navegar; el propietario está en principio de acuerdo con mi oferta, no me lo puedo creer, ¿será?

Al día siguiente conozco al Sr. Heredia, propietario del Finisterre, un capitán de la Marina Mercante retirado muy simpático. La prueba resulta muy accidentada, la vela mayor se rifa cosa de dos metros por una costura cerca del pujamen con lo que tenemos que tomar un rizo, resultando la maniobra de tomar rizos muy poco operativa. Más tarde varamos en uno de los numerosos bancos del río Luján, aunque afortunadamente una lancha de La Armada que pasa nos da un remolque y nos saca amablemente del atolladero. El foque que hemos aparejado no pinta nada bien, pero aun así remontamos bien el viento. Aunque la navegación es demasiado corta, las cualidades del balandro se entreven. Es suave de caña y parece estable de rumbo; el aparejo resulta muy equilibrado.

Entramos en otra marina para suspenderlo. La maniobra con el travel-lift es rápida y enseguida el barco está con la obra viva a la vista. Toda la obra viva parece en excelente estado. Volvemos a motor —también de esta manera maniobra estupendamente— mientras el propietario me habla de lo bueno y de lo malo del Finisterre. Después de atracar, le hago una inspección más a fondo y me decido. Cerramos el trato con un apretón de manos. ¡Ya tengo barco!

 

Finisterre fue diseñado por Germán Freers —padre— y construido especialmente para la regata Buenos Aires - Mar del Plata del año 1953, que parece ser ganó. Por tanto su construcción es ligera con cuadernas bastante separadas entre sí, pero con varetas intermedias y un sistema de diagonales de acero que le proporcionan más rigidez. Todo el costillaje es de viraró, madera muy dura y no muy pesada, pero que desgraciadamente es susceptible de pudrirse, al menos bajo los efectos prolongados del agua dulce. El forro es de tablas de cedro argentino de 25 mm, madera ligera, blanda e imputrescible. El claveteado del forro está constituido por remaches de cobre. El quillote es largo y bastante profundo, estando construido en macizos de lapacho, madera que tampoco se pudre, con una tonelada de plomo en su parte anterior; todo ello sujeto a la quilla con numerosos pernos de generoso diámetro en acero galvanizado. La mecha del timón es de bronce, estando la pala adosada al quillote. La apariencia de la obra viva es robusta y las líneas estilizadas. El casco es de formas en los extremos y de pantoques vivos en la parte central.

Según mis informaciones, únicamentese construyeron dos embarcaciones de este modelo denominado “Arpón”. Es un balandro aparejado a 3/4 o, más exactamente, con el estay guarnido a 4/5 por debajo del penol. La mayor a tope de palo y de considerable tamaño. El mástil, apoyado en la quilla, es de aluminio (originalmente era de madera) con un solo piso de crucetas y violín. La jarcia firme es de acero galvanizado de 6 y 8 mm.

Aunque originalmente no lo tenía, cuando lo compré estaba equipado con un motor diesel de un solo cilindro horizontal y 9 C.V. de potencia marca “Faryman”.

 

Eslora total                                                       9,78  m

Eslora de flotación                                            7,69 

Manga máxima                                                2,515 

Calado máximo                                               1,515  m                   

Desplazamiento                                               2868 Tm               

(A 05-04-1989 la eslora de flotación era de 8,25 m y el calado máximo de 1,70 m)


Mayor                    22.4 m²

Génova                 23,1 m²

Foque                   10,3 m²

Tormentín               3,4 m²


Esa noche duermo poco pues estoy sobreexcitado. A la mañana siguiente tengo un encuentro con el propietario y la vendedora en el despacho de un abogado, donde firmamos un contrato privado de compraventa; seguidamente efectúo el pago de 8.500 dolares USA contantes y sonantes al propietario y 425 a la vendedora (5%) [1 US $ = 114 pesetas o 0,69 €]. Don Paco el “ex propietario” me convence para que amarre mi barco en la misma marina donde tiene el suyo. Me brinda su ayuda para conseguir un buen precio y el libre uso de todas sus herramientas, que me facilitaran los trabajos que debo efectuar antes de hacerme a la mar. Nos despedimos y me voy directamente a casa de Claudio a hacerle participe de mi gran alegría. Lo celebramos adecuadamente con varias botellas de tinto.

 

Al siguiente día de mañanita dejo el hotel y me dirijo al Finisterre donde ya está esperando don Paco Heredia para acompañarme en el traslado de una a otra marina. Estoy que no quepo en la piel. Es la primera navegación como patrón de mi flamante barco; apenas media milla río arriba a motor, pero disfruto el momento intensamente. Atracamos en la “Marina del Sol” proa al muelle y con amarras de popa a sendos pilares clavados en el fondo. El hermoso queche “Chango” de D. Paco se encuentra justo por la popa, en el muelle opuesto.

Luego quedo solo a bordo casi sin poder creer que soy propietario de tanta belleza; me siento en la camareta y dejo vagar la vista por el espacio —de ahora en adelante mi hogar que la madera hace cálido y acogedor. Me paseo por cubierta, dichoso de poseer tan hermoso barco.

Los dos siguientes días son como si estuviera en una nube, miro y remiro el barco y sus rincones descubriendo su contenido y sus secretos. Me admira la inteligencia del diseño y la comodidad de la cubierta. Confecciono sendas listas de los trabajos a efectuar, de los materiales y herramientas que preciso y del equipo suplementario que tendré que adquirir.

 

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