Hace unos dieciocho años, remontaba el canal secundario a bordo del velero “Sirena”, a la altura del kilómetro 130 aproximadamente, entre las islas Dolores, San Genaro y Campichuelo, que abarcan unas dos mil setecientas hectáreas y que tiempo después serían donadas a la provincia de Entre Ríos, a efectos de crear junto con otras mil trescientas hectáreas de tierras fiscales, el Parque Natural Provincial “Islas y Canales del Río Uruguay”.
Pasado el mediodía y antes de llegar a Puerto Campichuelo, se podía ver desde lejos sobre tierra firme un gran montículo de arena perfectamente cónico, que sobresalía por detrás del monte costero, junto con un importante cargadero de mineral. Dejando atrás la isla se llegó al paso San Lorenzo, desistiendo de retomar el canal Principal y siguiendo a babor sobre el lado argentino, para después de una hora estar al través del arroyo Cupalén, teniendo cerca de allí una visión que llamó la atención por la bizarría de su composición...
La imagen se vio después de pasar el arroyo del mismo nombre, donde había una barranca baja arbolada con sauces llorones, y más atrás una humilde casilla de tablas y cañas, que parecía cerrada. En la orilla del río y a la sombra de un árbol, estaba parado un hombre teniendo de la mano a una criatura de tres o cuatro años, como si estuvieran esperando que llegara la lancha colectiva retrasada en su horario (si acaso hubiera en esos lugares, porque no la había), vestidos muy humildemente y viendo absortos como pasaba aguas arriba el velero, pero sin seguirlo con la vista.
Como eran las primeras personas que se veían ese día, se los saludó levantando el brazo, sin que contestaran ni hicieran ningún otro gesto, lo que resultaba muy extraño en la gente de las islas, por lo que más parecían fantasmas que humanos. Lo raro además de esto, era que no hubiera ningún otra persona más por allí, ni perros o gallinas, y que permanecieran ahí parados mirando el río como si estuvieran de visita o algo por el estilo, y así se quedaron mientras el barco seguía remontando el cauce lentamente...
Canal Secundario o ‘Brazo de la China’, a la altura del Kilómetro 130 del río Uruguay
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Años después, navegando aguas arriba por el Paraná Guazú y habiendo pasado la isla Botija, a las seis de la tarde me encontraba frente a Puerto Constanza, y dos horas después el viejo velero fondeaba un poco más arriba, cerca de la baliza del kilómetro 200, cuando ya estaba anocheciendo. Allí, cerca de un juncal del lado sur, un buen baño de inmersión con jabón y champú sirvió de refresco e higiene, antes de reponer fuerzas para celebrar el cumpleaños con una sentimental comida, acompañada de arenques en salsa de crema (enlatados desde ya, origen Alemania, por si alguien lo pregunta), y un alfajor a modo de torta con un fósforo clavado en el medio, festejando que ése había sido un buen día, lo cual produjo cierta emoción, o conmoción en el ánimo...
Sin embargo esa noche hubo un conato de alarma, ‘virtual’ podría decirse, porque durmiendo en la mitad de la madrugada se tuvo la visión de un hombre vestido con ropas muy gastadas, recorriendo la cabina y revisando minuciosamente cajones y enseres, levantando la colchoneta de la cucheta libre y abriendo las puertas del armario y la gambusa. Se le preguntó qué hacía allí, con qué permiso y que era lo que quería, a lo que no contestó ni se inmutó. En un movimiento reflejo se buscó el cuchillo de monte que siempre estaba debajo de la almohada, y con la otra mano se tomó la linterna acomodada al costado, que al encenderla mostró que allí no había nadie, salvo tal vez, los propios fantasmas...
Se espió hacia afuera, donde el cielo estaba estrellado y había una paz total, así que después de salir e ir al baño y pensando que fue un mal sueño, se volvió a la cucheta para seguir durmiendo, lo cual es un decir porque los ojos se mantuvieron abiertos durante un largo momento, grandes como platos.
Río Paraná Guazú a la altura del Kilómetro 200
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Recientemente, navegando junto con mi hijo por el pasaje El sueco que lleva a los Bajos del Temor, cerca de la boca del Paraná de Las Palmas, se decidió anclar en el arroyo Sin Nombre casi donde se abre el brazo que va hacia la Olla Morán, protegidos por la densa arboleda que hay en la isla Lucha, de las rachas que soplaban sin descanso desde el segundo cuadrante.
El tripulante se tiró al agua para refrescarse y después de eso se preparó una buena merienda como para honrar el lugar, hasta que antes del anochecer se puso en marcha el grupo electrógeno para producir frío en la heladera. Montadas las luces de fondeo y después de cenar un plato de arroz precocido con verduras, regado con una buena cerveza, nos quedamos un buen rato en la popa mirando las estrellas con el largavistas, pero el viento comenzó a rotar hacia el este entrando de lleno por el espejo de agua, lo que provocaba bastante oleaje contra la corriente mientras refrescaba, agitando mucho a nuestra “plataforma”, así que optamos por irnos a dormir.
No obstante, el viento arreció, lo que se sentía porque remontaba el barco hasta el límite de la cadena, que rozaba el barbiquejo produciendo un ruido que resultaba preocupante, y no me dejaba conciliar el sueño. Llegó un momento en que el temporal ululaba con fuerza entre los obenques, mientras el tripulante dormía plácidamente, hasta que alrededor de las dos y media de la mañana aflojó un poco, disminuyó el ruido y permitió dormir, aunque un momento después ví que Fernando se levantaba y salía por la puerta de la cabina. Pensé que no quería encender la luz o hacer ruido con la puerta del baño, pero como pasaron unos minutos y no volvía, decidí ir para analizar juntos el panorama…
Me puse la campera y el sombrero, me calcé, tomé la linterna y salí, viendo que en la popa no había nadie. Un rápido vistazo a todo alrededor permitió verlo de espaldas, asomado sobre el púlpito en la proa, como echando una mirada al barbiquejo y la cadena del ancla, así que esperé a que volviera para comentarle que no podía dormir con tantos ruidos, y ver si a pesar de la hora, convendría cambiar de fondeadero.
Después de mirar las nubes y el oleaje, volví la vista hacia proa y no lo ví… Espié por una banda y por la otra, y allí no había nadie. Lo llamé a viva voz por su nombre, respondiendo los ladridos de un perro desde la casa de unos pescadores situada a poco más de cincuenta metros, y luego miré a mis espaldas por si hubiera vuelto por detrás, pero allí tampoco estaba. Abrí con desesperación la puerta de la cabina y alumbré adentro con la linterna, comprobando que Fernando estaba acostado en su cucheta, así que volví a entrar para enfocarlo de cerca y comprobar si permanecía despierto, pero lo único que pude ver fue que dormía como un angelito.
A la mañana siguiente y mientras nos aprestábamos para buscar un lugar de fondeo más protegido, le comenté el suceso y escuchó atentamente, comentando que él no se había movido de su cucheta en ningún momento, y que pocas veces había dormido tan bien como esa noche…
En la parte superior se muestra la ubicación de los Bajos del Temor al norte de la ‘boca falsa’ del Paraná de Las Palmas
Francisco Javier Martín
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